En el frío y
abandonado eco del silencio,
entre aquellas
derrotadas columnas de altos techos
se esconde un
alma errante que llora
en la
eternidad sus lamentos.
Recuerda
perdida en el tiempo
como sonreía
entre los helechos,
como el rocío
de las flores
refrescaba su cuerpo.
Recuerda su
corazón latiendo
y por un amor
viviendo,
le daba
esperanza a su pensamiento
viveza a su
tez pálida en el invierno.
Dicen “nada es
eterno”
y como un
lirio se marchitó,
quedando sola
atrapada en un plano
en el que ni
el diablo, ni otra alma
le acompaña
hoy.
La soledad,
fiel amiga o
enemiga fiel
esa que nadie
sin querer
quiere tener,
pero a la que
en algún momento se abraza
buscando en
ella esperanza.
Le abandonó su
gran amor,
el que cada
día le repetía
“te amaré por
siempre, sin absolución”
el que le
acariciaba la mejilla con ojos enamorados
y le enseñaba
a sonreír cuando no había razón.
Le abandonó
sin decir adiós
sin un motivo,
sin una razón,
quizá fuera
que cumplió en esta vida su cometido
y hubo llegado
el momento del adiós,
que vino a
traición la parca
y de este
mundo se lo llevó.
Es por eso
lector querido
que la hermosa
alma de este ser dolorido
vaga errante
sin un destino,
y quizás esta
noche escuches en sueños una voz
que pronuncie
tu nombre
pidiendo su absolución
aunque no tenga delito cometido,
rogará pidiendo perdón.
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