jueves, 30 de mayo de 2019

Tradición



La pequeña iglesia de estructura gótica se alzaba ante un atardecer de cielo rojizo. El alcalde convocó a todos los vecinos para la asamblea que tenía lugar anualmente, cara a las próximas festividades del pueblo, en una de sus salas como era costumbre. Los vecinos acudían bajo los graznidos del cuervo que oportunamente, se encontraba en el tejado del edificio, pareciendo prestar su voz al alcalde.
Tras un rato de reunión, la gente salía animada, en el ambiente se podía palpar la energía de las próximas fiestas. Los niños corrían jugando a “pillar” entre risas de edad feliz, y cada familia volvía a su hogar. Estaba a punto de anochecer.

Vamos, hay que preparar a los animales – apuró Marina a su familia cuchillo en mano. En su mirada, una macabra sombra oscurecía su intención. Su marido le alcanzaba el paso camino a la pocilga. Tras ellos sus hijos Andrés y Carlos, llevaban consigo varios calderos, la hora se acercaba y todo el pueblo estaba entusiasmado con la llegada de tal terrible tradición anual. Fernando ató las patas de los animales con una gruesa cuerda, y ésta a las ramas más fuertes del árbol del colgado -como les gustaban llamarlo- para que esta aguantase el peso de los cuerpos.
Una vez estaban todos colgados y debilitados por el hambre, los hijos fueron colocando bajo cada cabeza, un caldero en el que caería la sangre del animal degollado. La visión era macabra a la vez que bella en su forma, un árbol con frutos de carne, cuyo elixir de vida se escaparía por sus carótidas. Marina se colocó delante del animal, propinándole un corte de lado a lado que dejase fluir al caldero toda su sangre. El sonido de agonía emitido por el animal, helaba a cualquiera que no estuviera acostumbrado a tal situación. Uno tras otro fueron perdiendo la vida.


-          - ¡Este año, la matanza promete, esta fibra muscular tiene muy buena calidad! – celebró Andrés.
-          - Así es hijo, hemos tenido buenas visitas, eso aumentará las ventas del próximo año. Pero igualmente, el embutido del año pasado, si bien no era tan bueno, mucho no tiene que envidiar al de este año.

-          - En pocos días comprobaremos la calidad de los productos, ya casi están listos –recordó Carlos a la familia, sentado en el pasto mientras observaba como los animales iban perdiendo la vida.

Y llegó el día que daba comienzo a las fiestas de la matanza. Cada familia preparaba en la plaza mayor, una mesa con una amplia selección de los alimentos cárnicos que producían durante todo el año anterior, presentados de forma atrayente, para que los turistas pudieran elegir sus compras con facilidad mediante la prueba de muestras gratuitas, y disfrutar de los diferentes sabores que las carnes ofrecían, según la casa en la que fueron alimentados.
Ya todo estaba preparado para la apertura con el pregón del alcalde. El hilo musical ambientaba la plaza y algunas callejuelas dando un aire festivo que animaba a cualquiera, dibujando sonrisas en los rostros de la gente, animaban al baile y a la ingesta del vino que se producía en el pueblo. Poco a poco los turistas y visitantes fueron llegando. El pregón dio comienzo de mano del alcalde, como era costumbre a las 2:00 pm.

- Hola, hola, ¿se me oye?- se aseguró que el equipo de sonido estaba bien conectado- hola a todos y bienvenidos un año más a las fiestas de la matanza, de Cangas del Narcea, para los despistados, estáis en Asturias- bromeó seguido de unas risas en el público.- Quiero dar la bienvenida a toda la gente que viene a disfrutar de estas fiestas; una tradición que se mantiene desde la época romana, y que hoy los jóvenes siguen heredando.
Los productos que degustarán, son el trabajo anual de cada familia. Cada quien, cuida y alimenta de una forma a sus animales y eso les otorga un sabor diferente entre sí. Así que sin más dilación, ¡doy comienzo a las fiestas; Disfruten de los sabores y pásenlo bien! – parafraseó animadamente con los brazos en alto, marcando a la orquesta cuándo debían comenzar a tocar, cortando la música programada.

La gente aplaudía animadamente dispuestos a disfrutar de cada momento, y así se fueron colocando delante de las mesas que les alimentarían con tan especiales productos, pasando de una mesa a la otra, con las manos llenas de bocadillos frescos, mientras comían y elegían con gula, cuál sería su siguiente elección.
Los niños corrían de un lado al otro jugando bajo la llamada de sus padres a comer, pero estos preferían un rato más de juego.

Los hermanos García, veían a su madre servir sonriente, mientras comentaban entre ellos la situación desde la puerta de su casa:

Si supieran lo que están comiendo y lo que les espera, no creo que estuvieran tan felices.
-         -  Sí, pero no lo saben y así debe seguir siendo. Si de alguna forma se enterasen, nuestra tradición tendría que volver a ser una matanza de animales, y tendríamos que volver a sacrificar a inocentes. Es mejor así, a todo cerdo le llega su San Martín.
-          - ¿Le pusiste el somnífero al vino? No podemos dejar que se vayan los turistas.
- Sí, todo está preparado. 

La muchedumbre disfrutaba de la comida, la música, bailaban y compraban, ajenos a las miradas inquisitivas que sobre ellos caían. Eran el centro de interés mucho más de lo que cabía esperar, una ignorancia que pasa factura.

El pueblo de Cangas del Narcea, tiene algo peculiar, y es que se convirtieron en una comunidad tan cerrada, que no tienen trato con otros Asturianos. Viven de la matanza anual de los turistas que los visitan en estas festividades, haciendo embutidos y curando sus carnes para alimentarse el año siguiente, y atraer a más turistas para así conservar la tradición generación tras generación, y procurarse el alimento. 






*Este relato está actualmente presentado a la convocatoria Penumbria 48

domingo, 12 de mayo de 2019

Madame & Monsieur Delacroix



El viento soplaba muy fuerte afuera de la mansión, los cipreses agitaban sus ramas enloquecidas, las hojas caducas volaban revueltas al compás del viento, que azotaba todo a su paso.

En la habitación principal, Madame Delacroix, descansaba tratando de recuperarse de la viruela, pero tras largos días, ni todo el dinero del mundo aseguraba que tan cálida mujer, saliera victoriosa de tan cruel enfermedad que azotaba Francia en ese entonces. Su marido, siempre a su lado, trataba de controlar su fiebre con paños de agua helada, y con todo el amor que cabía en su ser.


- Querido, te ves muy débil, has de comer un poco
- Mon amour, no te preocupes por mí, guarda tus fuerzas para tu recuperación – animó Monsieur quitando importancia a su tez anímica.
- No debe ser así, si tú te enfermas, ¿quién cuidará de mí? – su mirada caía sobre el rostro de su esposo como una caricia.
- Está bien, el servicio se quedará contigo mientras yo me alimento, pero en lo que termine, estaré de vuelta.
- Está bien querido. – se acomodó para seguir durmiendo mientras veía a su esposo salir por la puerta.


La tos salía con fuerza, agitando su cuerpo; de los labios de la febril esposa, asomó una cansada sonrisa, reflejo de todo el amor que le procesaba, a sabiendas de todos los esfuerzos que éste hacía por ella.
Monsieur Clément no tardó en volver a la habitación para seguir con sus cuidados. Las noches las pasaba a su lado, para lo que ella pudiera necesitar. Pero a la siguiente mañana, Constance Delacroix amaneció agonizando, la viruela la estaba ganando, y ya no se podía hacer nada.

Una fuerte tormenta arreciaba con fuerza sobre los vidrios de los ventanales de la mansión “Los cipreses”. En su lecho de muerte, Monsieur Clément sujetaba las manos de su esposa como si de esa forma pudiera retenerla a su lado, se acercó a su oído y le susurró –Si te vas, te buscaré en el lugar donde repose tu cuerpo amada mía. Allí nos encontraremos. – y le siguió con un suave beso en sus mortecinos labios. La mujer ladeó la comisura de su boca en un intento de sonrisa, agradeciendo a su esposo toda su entrega en su enfermedad, en vida, y fue entonces cuando expiró su último aliento.

No fue sorpresa cuando Clément Delacroix calló enfermo dos días más tarde. Mismos síntomas, fiebre, tos y llagas. No se escapó de la viruela y es que el contacto con las heridas de su difunta viuda, le habían enfermado. Insistió en yacer en el mismo lecho que su amada, pero para su sorpresa, se recuperó en pocos días. Triste por haber ganado a la enfermedad, se maldijo día tras día, dándose a la bebida. 


Pasó un año desde que a Constance había fallecido. En todos estos meses, su espíritu había visto como su esposo vagaba en las noches por la mansión, cabizbajo, y sin ánimos. Este había descuidado el negocio que le había llevado a tal posición en la sociedad, y en lo personal, su aspecto era un reflejo de su situación. Un hombre de prestigio, al que todos admiraban, y se dejaba arrastrar por la pena. 

Una noche, no soportó más su tristeza, y borracho como estaba, se subió en lo alto del puente del río Charente, para finalmente dar el salto y reunirse con su amada.


“Espérame mi amor, ya estoy en camino”


Clément Delacroix se colocó al borde, extendió sus brazos formando una cruz, y dejó que su cuerpo cayera hacia delante por su peso, golpeando así su cabeza con un pedrusco que separaba el río en dos, tiñendo de rojo el agua del río, y abriendo su cabeza visiblemente, se podía ver su cerebro. Parecía haberlo planeado por mucho tiempo. 


Se dice, que desde entonces se ha visto al matrimonio Delacroix vagando por los caminos del cementerio Pere Lachaise en las noches de luna azul. Tan espectrales y enamorados como se les había visto en vida.





(foto extraída de Google)