domingo, 12 de mayo de 2019

Madame & Monsieur Delacroix



El viento soplaba muy fuerte afuera de la mansión, los cipreses agitaban sus ramas enloquecidas, las hojas caducas volaban revueltas al compás del viento, que azotaba todo a su paso.

En la habitación principal, Madame Delacroix, descansaba tratando de recuperarse de la viruela, pero tras largos días, ni todo el dinero del mundo aseguraba que tan cálida mujer, saliera victoriosa de tan cruel enfermedad que azotaba Francia en ese entonces. Su marido, siempre a su lado, trataba de controlar su fiebre con paños de agua helada, y con todo el amor que cabía en su ser.


- Querido, te ves muy débil, has de comer un poco
- Mon amour, no te preocupes por mí, guarda tus fuerzas para tu recuperación – animó Monsieur quitando importancia a su tez anímica.
- No debe ser así, si tú te enfermas, ¿quién cuidará de mí? – su mirada caía sobre el rostro de su esposo como una caricia.
- Está bien, el servicio se quedará contigo mientras yo me alimento, pero en lo que termine, estaré de vuelta.
- Está bien querido. – se acomodó para seguir durmiendo mientras veía a su esposo salir por la puerta.


La tos salía con fuerza, agitando su cuerpo; de los labios de la febril esposa, asomó una cansada sonrisa, reflejo de todo el amor que le procesaba, a sabiendas de todos los esfuerzos que éste hacía por ella.
Monsieur Clément no tardó en volver a la habitación para seguir con sus cuidados. Las noches las pasaba a su lado, para lo que ella pudiera necesitar. Pero a la siguiente mañana, Constance Delacroix amaneció agonizando, la viruela la estaba ganando, y ya no se podía hacer nada.

Una fuerte tormenta arreciaba con fuerza sobre los vidrios de los ventanales de la mansión “Los cipreses”. En su lecho de muerte, Monsieur Clément sujetaba las manos de su esposa como si de esa forma pudiera retenerla a su lado, se acercó a su oído y le susurró –Si te vas, te buscaré en el lugar donde repose tu cuerpo amada mía. Allí nos encontraremos. – y le siguió con un suave beso en sus mortecinos labios. La mujer ladeó la comisura de su boca en un intento de sonrisa, agradeciendo a su esposo toda su entrega en su enfermedad, en vida, y fue entonces cuando expiró su último aliento.

No fue sorpresa cuando Clément Delacroix calló enfermo dos días más tarde. Mismos síntomas, fiebre, tos y llagas. No se escapó de la viruela y es que el contacto con las heridas de su difunta viuda, le habían enfermado. Insistió en yacer en el mismo lecho que su amada, pero para su sorpresa, se recuperó en pocos días. Triste por haber ganado a la enfermedad, se maldijo día tras día, dándose a la bebida. 


Pasó un año desde que a Constance había fallecido. En todos estos meses, su espíritu había visto como su esposo vagaba en las noches por la mansión, cabizbajo, y sin ánimos. Este había descuidado el negocio que le había llevado a tal posición en la sociedad, y en lo personal, su aspecto era un reflejo de su situación. Un hombre de prestigio, al que todos admiraban, y se dejaba arrastrar por la pena. 

Una noche, no soportó más su tristeza, y borracho como estaba, se subió en lo alto del puente del río Charente, para finalmente dar el salto y reunirse con su amada.


“Espérame mi amor, ya estoy en camino”


Clément Delacroix se colocó al borde, extendió sus brazos formando una cruz, y dejó que su cuerpo cayera hacia delante por su peso, golpeando así su cabeza con un pedrusco que separaba el río en dos, tiñendo de rojo el agua del río, y abriendo su cabeza visiblemente, se podía ver su cerebro. Parecía haberlo planeado por mucho tiempo. 


Se dice, que desde entonces se ha visto al matrimonio Delacroix vagando por los caminos del cementerio Pere Lachaise en las noches de luna azul. Tan espectrales y enamorados como se les había visto en vida.





(foto extraída de Google)




2 comentarios:

  1. Estupenda redacción, me ha transportado al lugar y he sentido su pena y dolor por la muerte de su amada. Gracias, sigue así. Besos

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    1. Muchas gracias! me alegra que lo hayas disfrutado. Saludos.

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