martes, 30 de julio de 2013

Un cuento truncado

Hacía días que la luz del sol no la infundía ánimos, a decir verdad, ya casi ni la sonrisa robada por alguien a quien quisiera lo hacía. Ya nada es como antes, como cuando veía las situaciones desde la ilusión de una niña que descubre nuevos amaneceres dejándola boquiabierta. No… ahora la visión era bastante diferente a por entonces; los años han pasado, las experiencias le han fulminado el corazón apagado su alma, lo cierto es que nada es igual.

Mirando la vida que se reflejaba a través de su ventana, Elizabeth pensaba en cómo seguir adelante día tras día, pensaba en cómo comenzar una mañana más en este mundo en el que ya no le quedaban las fuerzas necesarias para un nuevo comienzo, se preguntaba a qué se podía aferrar si cuanto creía estaba podrido. El amor, hmm… esa dulce mentira que convierte a un humano en un monstruo sonámbulo de la vida, una mentira tan digna como la propia religión, que atrae a incautos con alma perdida que ya no son dueños ni de sí mismos y se aferran a una mentira para poder sobrevivir.

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Elizabeth vivía en un pequeño y escalofriante apartamento de paredes forradas de papel desvencijado, hacía tiempo que había dejado de prestar atención extra a su hogar, no le importaba, ya que tenía la sensación de que no iba a disfrutar de la nueva decoración, no volvería a recibir invitados a los que contarle que había traído de Londres el aparador del comedor o que los muebles de la habitación principal habían sido restaurados ya que se habían encontrado en una casa abandonada construida a principios del siglo XIX. No, ahora solo estaba ella y su soledad, compañera incansable en sus días.

Leía y releía las cartas que su amado le había enviado desde la lejana ciudad de Berlín. Había ido a trabajar por un par de meses, tiempo que se había alargado de improvisto una mañana. Ella no podía sino esperarle, pues el tiempo que se había extendido el contrato no alcanzaba para una mudanza. Se escribían sin falta cada semana, el correo era abundante, sobraba amor…él le enviaba pétalos de rosa en cada carta, era una firma que hacía enamorar más si cabe a su Elizabeth.


“las horas, los minutos y segundos lloran tu ausencia. ¡Pronto estaremos juntos de nuevo amada mía!


Te amo."




Soñadora, guardó esa nueva carta con el montón que había ido acumulando por este tiempo en el cajón de la cómoda, anudando el fajo con un lazo de raso rojo.

Un día entre semana, Elizabeth cayó enferma de fiebre, no tenía fuerzas para escribir, casi agonizaba por la alta temperatura que su pequeño cuerpo desprendía, no tenía a nadie para cuidarla, a duras penas podía prepararse el agua fresca y un paño para rebajar su fiebre. Los días pasaban entre horas dormidas, confundiendo así fechas, siquiera comía. En uno de esos días perdidos, cayó en cuenta que no había respondido a su amado, y entre temblores, desorientación y derrotada por el agotamiento cogió una cuartilla y una estilográfica, y respondió a su amado con una letra pobre contándole de su estado. Dejó que la nota descansase en la mesilla hasta una mínima recuperación y poder enviarla. Tres días más tarde, cuando se sentía levemente más vivaz, decidió vestirse y enviar la carta.

Poco a poco iba recuperando la salud. El color de su piel se parecía más a la de una hermosa muñeca de porcelana que al fantasma de su difunta madre. El cansancio se había hecho mínimo pudiendo volver a sus quehaceres diarios. Día tras día esperaba la respuesta de él, pero pasaban los días e incluso semanas sin recibir noticias, hasta que dos meses después llegó a su hogar tan ansiada respuesta:



“Elizabeth, deseo con toda mi alma que tengas una pronta recuperación, te echo de menos. Me han ampliado seis meses más el contrato de trabajo pero he de decirte algo, créeme cuando te digo que mi deseo era estar a tu lado cuidándote, pero debemos dejarlo. Esta relación no tiene futuro en la distancia y he conocido a alguien que está a mi lado a la vuelta de la jornada y me recibe cada tarde. Estamos enamorados y nos casaremos próximamente.

Te deseo lo mejor y un marido que te cuide y te quiera. Nuestro futuro no era estar juntos, espero que lo entiendas, así será mejor.”




Ella se sentía ahogada por el impetuoso revuelo que la impotencia había logrado revolver en ella, aquellas palabras lograron que le faltase el aire y en su cabeza sólo había dos opciones, y ninguna da las dos eran buenas... no quería perderle, pero ya era tarde. No quería estar sola, pero nunca tuvo hombre alguno que la amase como merecía.

Aún con los latidos de su corazón haciéndose presentes con fuerza, decidió despedirse mentalmente de todos aquellos que amaba, de todos aquellos que no hace mucho tiempo le rozaron la mano, le besaron la mejilla o rozaron su alma con palabras de aliento. Agradecida por todo gesto que le dedicaban cuatro desconocidos y en estado de shock, se acercó lentamente al botiquín y sacando un frasco de vidrio marrón, vertió una cantidad más de lo recomendable del arsénico en un vaso de agua. Sus pies parecían pesar toneladas en los pocos pasos que dio de vuelta a la butaca esquinada. Una imagen se quedó clavada en su memoria, eran los últimos momentos felices que había vivido a su lado, y así, de un trago, decidió poner fin a su vida.




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